viernes, 31 de agosto de 2012

Todos los géneros, mi género

Esto salió del taller literario de Infokus...

Cada uno elige el color


“Cada persona es un mundo” me dijeron una vez. Hoy esa frase me retumba más que antes. Porque descubrí lo fantástico que es encontrar siempre el lado positivo de cada situación cotidiana. Esa especie de "don" o cualidad con la que se nace, que puede ser desarrollada con los años.
Algunas veces quiero saber por qué aparecen momentos malos, no planificados, no gratos. Y ahora, más puntualmente, me pregunto: ¿Por qué, si era una ilusión, no celebrar la catástrofe que destruyó la ilusión y puso la verdad en su lugar? Sin embargo hay momentos que pierdo esos ejes optimistas y me envuelvo en un espacio gris. Espacio que considero inhabitable pero a la vez indispensable.
Esta lucha  ambigua entre querer sonreír todo el tiempo y querer llorar ríos culmina cuando, de golpe, me doy cuenta que dejé de ser yo. Perdí esos colores que me caracterizaban dejando oculto ese "don".  Me doy una trompada con la realidad y descubro que si estoy gris es porque tuve mucho color. Es porque viví, elegí, reí.  
Comparo entonces el gris con la catástrofe, la ilusión con el color y así celebro lo gris, porque es una cicatriz, una huella en el recuerdo, una verdad que sale a la luz aún habiendo roto una ilusión. Y le vuelvo a dar el lugar al "llenarme de color". 
¿Pero mientras esperamos? Mientras buscamos construir una nueva ilusión ¿qué pasa? Puedo creer que la catástrofe es el fin o puedo verla como el motor de un gran avance. Hay días y momentos en los que esas verdades se vuelven mágicas y ayudan a recrear ilusiones y motivaciones.
Verdades que quedan en eso, que no se convierten en catástrofes. Persisten en el tiempo y en el espacio. Como si tuviera un “titanes en el ring” perpetuo. Una lucha constante ¿Quién gana?, ¿La verdad, la ilusión, la catástrofe?, ¿Ganan todas? Gana una, gano yo.
Entonces me pregunto ¿Cuál es nuestro papel en este asunto? En este asunto de ilusionar  o ilusionarse, de ver verdades o mostrarlas, de vivir catástrofes o llorarlas.


Yo me resisto a perder la ilusión, la fantasía, la imaginación. Si puedo conservar esa niña interior y no caer en la calle de los ahorcados entonces no tendré que acatar la orden de un “adulto” insensato.
Paso de ser tibia y cautelosa a fría y efusiva, de asirme a la seguridad como temerle a todo. Pero no contemplo la idea de acomodarme en la costumbre de usar reloj y placidez. Opto por vivir una aventura a cuerda, haciendo uso de la palabra pálida y mortal capaz de transmitir ideales y sentimientos y ojos con límites a lo infinito. Poder ver más allá de las verdades no verdaderas.
Yo me resisto a perder la ilusión, la fantasía, la imaginación. No voy a caer entre las muchas teclas del fracaso ni voy a cumplir la ley de cansarme de buscar lo añorado. No voy a pensar en la posibilidad de resignarme, de sentarme en lo fofo del mundo aparentemente gris y oscuro que intentan imponerme.
Yo me resisto a sentirme acosada por silbatos atroces, ruidos ensordecedores de la ciudad que quieren llevarte a la fatalidad ¿Hay posibilidad de encerrarme y perder la llave? ¿O de arrojarme al pozo cuando algo va mal? Definitivamente no. Porque con toda la médula levanto, llevo, soy el miedo enorme y avanzo. Porque se puede ser feliz sin causa; porque se puede ir bailando por la vida cantando entre los ausentes.

Hoy pienso en todos los cambios que fui viviendo. Armo una especie de “check list”, agarro un lápiz y empiezo a tildar los momentos pasados. Momentos que se llevan consigo: estados de ánimos, felicidades, lágrimas, personas, compañeros. Puntos claves en el crecimiento como persona.
Me remonto a unos cuantos años atrás. Termino el colegio y empiezo a trabajar. Me independizo y crezco de golpe. Entro al mundo adulto y aprendo a usar una tarjeta de débito. Viaje en tren, temprano, atiborrado de gente. Gente en la misma situación de crecimiento y cambio.
Junto con el primer trabajo empiezo a estudiar. Segundo ítem a tildar dentro de la vida adulta. Me recibo, creo una propia marca de diseño independiente, me mudo sola, tilde, tilde, tilde, y tilde.
“Algo me falta, algo me falta” esa sensación tiene fin cuando me voy a España a vivir con mi hermana. Nueve meses colmados de tildes y profesión a flor de piel.
Un pasado repleto de tildes buenas y tildes malas que logran que aprecie aún más las buenas. Si hoy me planteo que cambios quisiera seguir viviendo, tendría que responder “todos”, porque todos los cambios llevan consigo aprendizajes.
Sigo estudiando, sigo creciendo como persona, como profesional, como compañera, como amiga, como pareja. Crezco, cambio y tildo. Tilde, tilde, y tilde. Siempre tildando.

Yo elijo el multicolor.

jueves, 30 de agosto de 2012

Ana va al gimnasio!


Sentarse a escribir después de meses de inutilizar el teclado es un poco complicado. Hay que limpiar las telas de arañas entre los dedos, ponerse los anteojos, matecito y listo… Empezamos de nuevo…

Hoy una historia particular.

Ana, 20 años.
No realiza ninguna actividad física. Trabaja de 9 a 18 en una multinacional y va a la facultad de 18:30 a 22hs.

Un día, como cualquier otro, le dejan en el escritorio un pase gratis para probar las clases del gimnasio ubicado en el 3er subsuelo del mismo edificio donde trabaja. Sus compañeras, saltando de la alegría por el sello rojo de “gratis” en una tarjetita, le dicen de ir a probar en la hora del almuerzo. Ana acepta.
Al día siguiente lleva todo su kit (?), bue.. si se puede decir “kit” a unas zapatillas prestadas un par de talles más grandes, un joggin gris de la época del cole y una remera de Rio de Janeiro del ‘96, de la madre. Ella un zaparrastro y en contraposición, una pelirroja di-vi-na, maquillada, con flequillo y remera gris manga corta (todos sabemos que hay determinados colores prohibidos durante la actividad física, colores delatores digamos)
Empieza la clase, uno-dos uno-dos, Ana siente que muere, uno-dos uno-dos, Ana no va a ser menos que la de gris, uno-dos uno-dos, Ana hace la clase entera al ritmo de la profe.
La clase termina y pasan a los vestuarios, o infierno, como prefieran llamarlo. Por qué infierno? Porque las mujeres mayores no tienen sentido del pudor y creen que una tiene ganas de verlas caminar con sus carnes al viento o verlas untarse crema de melocotón sobre sus piernas de abuelas. Honestamente señoras… intenten evitarlo, es un espectáculo no grato. La de gris inmutada, obviamente, no solo no transpiró, sino que su maquillaje estaba intacto, increíble, al día de hoy Ana lo cuenta y se indigna.
El día pasa, ella vuelve a sus actividades laborales, va a la facultad, se compra una manzana en el camino. Claro, ahora ella es deportista y toma gatorade con yogurt diet con cereales. El problemita es al día siguiente cuando quiere bajar las escaleras de su casa y sus músculos no quieren responder. Agonía, dolor agudo, todo por ese orgullo asqueroso de querer hacer la clase igual que la profe pero con el estado físico de un ñoqui.

Increíblemente el tiempo fue pasando y por primera vez en su vida Ana siguió yendo tres veces por semana. Siempre a la hora del almuerzo. Siempre con las zapatillas grandes. A veces cambiaba el jogging gris por alguna calza negra, pero siempre con remeras noventosas de la madre.