Cada uno elige el color
“Cada persona es un mundo” me dijeron una vez. Hoy esa
frase me retumba más que antes. Porque descubrí lo fantástico que es encontrar
siempre el lado positivo de cada situación cotidiana. Esa especie de
"don" o cualidad con la que se nace, que puede ser desarrollada con
los años.
Algunas veces quiero saber por qué aparecen momentos
malos, no planificados, no gratos. Y ahora, más puntualmente, me pregunto: ¿Por
qué, si era una ilusión, no celebrar la catástrofe que destruyó la ilusión y
puso la verdad en su lugar? Sin embargo hay momentos que pierdo esos ejes
optimistas y me envuelvo en un espacio gris. Espacio que considero inhabitable
pero a la vez indispensable.
Esta lucha ambigua entre querer sonreír todo el
tiempo y querer llorar ríos culmina cuando, de golpe, me doy cuenta que dejé de
ser yo. Perdí esos colores que me caracterizaban dejando oculto ese
"don". Me doy una trompada con la realidad y descubro que si
estoy gris es porque tuve mucho color. Es porque viví, elegí, reí.
Comparo entonces el gris con la
catástrofe, la ilusión con el color y así celebro lo gris, porque es una
cicatriz, una huella en el recuerdo, una verdad que sale a la luz aún habiendo
roto una ilusión. Y le vuelvo a dar el lugar al "llenarme de
color".
¿Pero mientras esperamos? Mientras buscamos construir una
nueva ilusión ¿qué pasa? Puedo creer que la catástrofe es el fin o puedo verla
como el motor de un gran avance. Hay días y momentos en los que esas verdades
se vuelven mágicas y ayudan a recrear ilusiones y motivaciones.
Verdades que quedan en eso, que no se convierten en
catástrofes. Persisten en el tiempo y en el espacio. Como si tuviera un
“titanes en el ring” perpetuo. Una lucha constante ¿Quién gana?, ¿La verdad, la
ilusión, la catástrofe?, ¿Ganan todas? Gana una, gano yo.
Entonces me pregunto ¿Cuál es nuestro papel en este
asunto? En este asunto de ilusionar o ilusionarse, de ver verdades o
mostrarlas, de vivir catástrofes o llorarlas.
Yo me resisto a perder la ilusión, la fantasía, la
imaginación. Si puedo conservar esa niña interior y no caer en la calle de los
ahorcados entonces no tendré que acatar la orden de un “adulto” insensato.
Paso de ser tibia y cautelosa a fría y efusiva, de asirme
a la seguridad como temerle a todo. Pero no contemplo la idea de acomodarme en
la costumbre de usar reloj y placidez. Opto por vivir una aventura a cuerda,
haciendo uso de la palabra pálida y mortal capaz de transmitir ideales y
sentimientos y ojos con límites a lo infinito. Poder ver más allá de las
verdades no verdaderas.
Yo me resisto a perder la ilusión, la fantasía, la
imaginación. No voy a caer entre las muchas teclas del fracaso ni voy a cumplir
la ley de cansarme de buscar lo añorado. No voy a pensar en la posibilidad de
resignarme, de sentarme en lo fofo del mundo aparentemente gris y oscuro que
intentan imponerme.
Yo me resisto a sentirme acosada por silbatos atroces,
ruidos ensordecedores de la ciudad que quieren llevarte a la fatalidad ¿Hay
posibilidad de encerrarme y perder la llave? ¿O de arrojarme al pozo cuando algo
va mal? Definitivamente no. Porque con toda la médula levanto, llevo, soy el
miedo enorme y avanzo. Porque se puede ser feliz sin causa; porque se puede ir
bailando por la vida cantando entre los ausentes.
Hoy pienso en todos los cambios que fui viviendo. Armo una
especie de “check list”, agarro un lápiz y empiezo a tildar los momentos
pasados. Momentos que se llevan consigo: estados de ánimos, felicidades,
lágrimas, personas, compañeros. Puntos claves en el crecimiento como persona.
Me remonto a unos cuantos años atrás. Termino el colegio y
empiezo a trabajar. Me independizo y crezco de golpe. Entro al mundo adulto y
aprendo a usar una tarjeta de débito. Viaje en tren, temprano, atiborrado de
gente. Gente en la misma situación de crecimiento y cambio.
Junto con el primer trabajo empiezo a estudiar. Segundo
ítem a tildar dentro de la vida adulta. Me recibo, creo una propia marca de
diseño independiente, me mudo sola, tilde, tilde, tilde, y tilde.
“Algo me falta, algo me falta” esa sensación tiene fin
cuando me voy a España a vivir con mi hermana. Nueve meses colmados de tildes y
profesión a flor de piel.
Un pasado repleto de tildes buenas y tildes malas que
logran que aprecie aún más las buenas. Si hoy me planteo que cambios quisiera
seguir viviendo, tendría que responder “todos”, porque todos los cambios llevan
consigo aprendizajes.
Sigo estudiando, sigo creciendo como persona, como
profesional, como compañera, como amiga, como pareja. Crezco, cambio y tildo.
Tilde, tilde, y tilde. Siempre tildando.
Yo elijo el multicolor.