jueves, 30 de agosto de 2012

Ana va al gimnasio!


Sentarse a escribir después de meses de inutilizar el teclado es un poco complicado. Hay que limpiar las telas de arañas entre los dedos, ponerse los anteojos, matecito y listo… Empezamos de nuevo…

Hoy una historia particular.

Ana, 20 años.
No realiza ninguna actividad física. Trabaja de 9 a 18 en una multinacional y va a la facultad de 18:30 a 22hs.

Un día, como cualquier otro, le dejan en el escritorio un pase gratis para probar las clases del gimnasio ubicado en el 3er subsuelo del mismo edificio donde trabaja. Sus compañeras, saltando de la alegría por el sello rojo de “gratis” en una tarjetita, le dicen de ir a probar en la hora del almuerzo. Ana acepta.
Al día siguiente lleva todo su kit (?), bue.. si se puede decir “kit” a unas zapatillas prestadas un par de talles más grandes, un joggin gris de la época del cole y una remera de Rio de Janeiro del ‘96, de la madre. Ella un zaparrastro y en contraposición, una pelirroja di-vi-na, maquillada, con flequillo y remera gris manga corta (todos sabemos que hay determinados colores prohibidos durante la actividad física, colores delatores digamos)
Empieza la clase, uno-dos uno-dos, Ana siente que muere, uno-dos uno-dos, Ana no va a ser menos que la de gris, uno-dos uno-dos, Ana hace la clase entera al ritmo de la profe.
La clase termina y pasan a los vestuarios, o infierno, como prefieran llamarlo. Por qué infierno? Porque las mujeres mayores no tienen sentido del pudor y creen que una tiene ganas de verlas caminar con sus carnes al viento o verlas untarse crema de melocotón sobre sus piernas de abuelas. Honestamente señoras… intenten evitarlo, es un espectáculo no grato. La de gris inmutada, obviamente, no solo no transpiró, sino que su maquillaje estaba intacto, increíble, al día de hoy Ana lo cuenta y se indigna.
El día pasa, ella vuelve a sus actividades laborales, va a la facultad, se compra una manzana en el camino. Claro, ahora ella es deportista y toma gatorade con yogurt diet con cereales. El problemita es al día siguiente cuando quiere bajar las escaleras de su casa y sus músculos no quieren responder. Agonía, dolor agudo, todo por ese orgullo asqueroso de querer hacer la clase igual que la profe pero con el estado físico de un ñoqui.

Increíblemente el tiempo fue pasando y por primera vez en su vida Ana siguió yendo tres veces por semana. Siempre a la hora del almuerzo. Siempre con las zapatillas grandes. A veces cambiaba el jogging gris por alguna calza negra, pero siempre con remeras noventosas de la madre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario